Desapego   ❤️

Desapego ❤️

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Actitud

08 Sep 21

«¿Por qué lo sigo queriendo si esta situación no me gusta?
Lo quiero tener, me aferro a esta idea y no me deja en paz.
En realidad es eso: lo quiero, no lo amo. O tal vez si, también.
Tengo que dejar de quererlo, y sólo amarlo.»
Esta semana vengo practicando el desapego. Es un poco difícil, y en todo caso muy diferente de lo que la sociedad nos viene enseñando: querer, poseer, detentar, combatir, adquirir, beneficiarse, atesorar, conservar… ¡Qué cambio de paradigma darse cuenta que la felicidad no pasa por ahí!

Bien, entonces concluimos la semana pasada que la realidad es neutra. Yo soy la que aplica una emoción a una realidad, a un suceso, a un intercambio relacional. Mi afán de controlarlo, hasta tal vez mi pretensión de cambiarlo en el sentido que quiero, crea una tensión que me resulta nefasta: estoy queriendo una situación y lucho por ella en mi cabeza con uñas y dientes y eso no me permite la paz necesaria para comportarme de forma adecuada o tomar las mejores decisiones.

Lo primero era darme cuenta de este ruido, y del hecho que no me lleva a ningún lado. Que duele, porque la realidad no es la que quiero. Me doy cuenta: «no me gusta la realidad como es», así que ¿qué caso tiene que me aferre a ella? Absurdo, verdad…
Necesito identificar estas situaciones en cuales trato de usar mi mente con una ansia absurda de controlar la vida. Mi «ego» quiere controlar una situación y piensa que con la mente puede. Que en realidad no, y menos cuando se trata de los demás. Una cosa es tener un objetivo y obrar para conseguirlo, y la otra es traer un runrún permanente sobre algo, lo que en realidad nos paraliza más que nos permite ponerle solución.
Porque este ruido mental en vez de hacer que las cosas rueden, nos aleja de nuestro ser más profundo, este que tiene el poder, la fuerza, la identidad, nuestro sistema de valores que en cuanto está alineado con la realidad puede con todo.
Por ejemplo: quiero que mis hijos dejen un baño limpio tras usarlo. Me lo repito una y otra vez, y siempre miro al baño, siempre sucio. Y estoy ahí con esta bronca mental. Pero no me puedo deshacer de esta porque estoy histérica y revolver este pensamiento me da una sensación de control. De todos modos la realidad sigue igual, no cambia por trastornarme, mis hijos siguen igual de desprolijos, el baño igual de sucio 😅. Pasa igual con los sentimientos. Me obsesiono con querer a alguien diferente de lo qué es. Pero la realidad no cambia. Sólo yo me altero.

Entonces traté de soltar, de tomar distancia de mi propio «ego», poniéndome en el lugar del «ser», mirando al «ego» con desapego, como si mi persona profunda, espiritual, estuviera mirando a mi personaje con benevolencia (hasta piedad, «pobrecito, ¡cómo está!» pienso 😂).
Noto que mi personaje se la pasa jugando con pensamientos. Los tritura, los machaca y los torna, imagina, supone, protesta. A mis espaldas. Entonces presto atención, y casa vez que me doy cuenta que mi mente levanta vuelo, le tiro una de estas: «suelta», «deja ir», «no importa», «no te aferres», «desapego». Y dejo que el pensamiento se vaya, volando un poco como una burbuja de jabón. Y ahí, encerrado en esta burbuja, el pensamiento se destaca de mi y se aleja. Lo suelto. Lo dejo ir y con ello lo que me agitaba. Y recobro mi paz.
Así una y otra vez.
Pero tarda, porque al principio siempre vuelve, es como una obsesión: juzgo, critico, analizo, nada de la realidad logra entrar en mi de manera neutra. Pero cada vez que se va una de estas burbujas, yo vuelvo al presente.
A lo que hay.

Y me esfuerzo en ver el vaso medio lleno, viendo todo lo que yo tengo, todo lo que disfruto, viendo también lo que no tengo y apreciando las razones por las cuales no las tengo, o apreciando lo que me aporta el hecho de no tenerlas. Muchas veces nos empeñamos en querer «tener este coche», o «tener esta casa» o «querer a esa persona, quererla ya». Pero la realidad es la siguiente: no la/lo tenemos. Entonces me pregunto: «¿Qué me aporta el hecho de no tener ese coche?»… pues tengo más dinero porque no me lo he gastado ahí, no estoy preocupada por que se desgaste o se rompa, hago más bici… ¿No tengo esta casa? Pues igual, siempre hay beneficios secundarios.
El tema es que mientras no identifico y valoro estos beneficios secundarios me quedaré en esta situación de expectativa dolorosa porque el beneficio fundamental que esta situación aporta a mi «ser» es mayor a la que aporta a mi «ego». Es importante que me dé cuenta de esto. Porque esto me ayuda a soltar.

Al final lo más importante es la coherencia entre mi identidad, lo que siento, pienso y el entorno en el cual me muevo. Si todo esto está alineado y si estoy de acuerdo, o mejor dicho en acuerdo con mi realidad al tiempo de hoy, me voy a sentir bien. Y cuando me siento bien, me siento empoderada, y el camino que me corresponde fluye.

Al lograr desapegarme, dejar de aferrarme a cosas o personas, suelto el agarre, suelto la angustia que siento al «no tenerlas», la angustia que siento al mirar el lapso que hay entre la realidad y lo que quiero, y que no hago nada o que no puedo hacer nada. Porque a veces la situación es así: si mi padre está enfermo o con Alzheimer o senil, no puedo hacer nada, él es así. Así que lo único que puedo hacer es acomodar esta distancia entre lo que quisiera y lo que es, y aceptar lo que es. Me desapego de esta idea que «quiero que mi padre este bien». La suelto. Acepto que «él no está bien», que no tengo ninguna responsabilidad en ello. Miro la realidad tal como es: neutra. La realidad es neutra: mi padre está enfermo. Ahora, lo que yo le pongo de sentimiento y de emoción a esta situación puede ser mi elección. No hace falta que le dé rienda suelta a mi «ego». Y si decido desapegarme de la angustia, del «no quiero que esté enfermo» no va a cambiar nada a la realidad. La realidad es neutra: mi padre está enfermo.
Pero yo estaré en paz.

¡Te toca!

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